12/29/2011

El detalle que vuelve personaje a la persona

Miles de libros sobre guion explican cómo dar vida a un personaje o la importancia de que éste sea tridimensional. El concepto de tridimensionalidad supone evitar caer en lugares comunes o estereotipos. Muchos insisten en la investigación, observación y elaboración de una biografía completa. Son los tres puntos principales para lograr un personaje realista, o, por lo menos, intentarlo.

Sin embargo, yo creo que el gran secreto está en los detalles. En definitiva, las personas reales, con todas nuestras contradicciones y locuras propias, tendemos a ser un lugar común bastante aburrido. Por eso, esa construcción, si bien se nutre de la realidad, necesita de magia. Se trata de captar ese rasgo literario que tiene la vida cotidiana. Por ejemplo, hace unos meses me junté con unos amigos que la noche anterior habían estado en una fiesta. Me acuerdo que era un domingo de sol y, mientras tomábamos café, me empezaron a contar de una pareja que no había ido porque nunca quería salir de casa. Trabajaban, iban al supermercado, y alguna otra actividad básica. Si alguien los invitaba a una salida ociosa, siempre encontraban una excusa para no ir. Hasta ese momento del relato todo parecía anodino. No había historia, ni nada. Pero, de repente, me cuentan el detalle: cada uno de ellos tiene su propia playstation. ¡Ahí está! Ahí se volvieron tridimensionales, ahí los pude ver, pude imaginar su casa, sus costumbres, la frecuencia de sus relaciones sexuales, el tipo de vínculo que los une, absolutamente todo lo que les pasa. Me alcanzó con el detalle de saber que en una casa en donde vive una pareja de treintañeros, que nunca quieren salir, hay dos playstations, una para cada uno, para verlos “como en una película”.

Todo esto lo recordé hace unos días por algo que me sucedió. Tengo un amigo que bien podría ser un personaje de Rumble Fish de Coppola o de alguna de las primeras película de Scorsese. O de una canción de Bob Dylan o Lou Reed. Trabaja en un bar, sale todos los días, se emborracha, te llama a las cuatro de la mañana como si fueran las tres de la tarde, no se acuerda de lo que hizo la noche anterior, ni por qué le pegó a un tipo al que le rompió la cara. Para la afamada tridimensionalidad, podría sumar que es un hombre que tiene dos carreras universitarias, que habla cinco idiomas, que de repente te explica las diferencias de pronunciación (y utiliza el término "alófono") entre el alemán del norte o del sur, o te cita Rojo y Negro de Stendhal para ejemplificar algo que dijo. Pero, si alguien me hiciera toda esta descripción, todavía no lo vería como personaje.

Entonces, sucede. Vamos a salir a beber unas cervezas por ahí (claro, qué otra cosa hacer con él más que emborracharse y hablar) y yo tengo el pelo mojado. Me lo estoy secando, y él me mira con reprobación y me dice: pero, ¿qué haces? Se cuelga el cigarrillo entre los labios, agarra el secador y empieza a peinarme. Puesto en una hermana mayor que te enseña a arreglarte o en una amiga que estudia diseño de indumentaria y le gusta probar estilos con las mujeres que conoce, ese gesto es algo común. Hecho por él, se vuelve ficcional. Después me critica lo mal que utilizo la planchita y, ante mi burla de sus saberes estilísticos, me responde que es física pura. Además, el peinado me queda perfecto, mejor que nunca. Salimos y, caminando por Escudellers, nos encontramos con una amiga que me pregunta si fui a la peluquería, porque tengo el pelo muy lindo. Me río y le digo que solo cambié la forma de peinarme, ahí está el secreto. Aunque todo esto que cuento ya es literatura, naturalmente.