12/20/2014

El hombre que escucha Sun Ra

Estaba sentada en un bar de Villa Crespo completando unas planillas de un curso que estoy dando y como siempre me puse a escuchar las conversaciones ajenas. No pasaron más de dos minutos cuando perdí todo el interés en la tarea que estaba haciendo y me quedé capturada por esas dos chicas de aspecto palermitano que tendrían más o menos mi edad.

Una le contaba a la otra que había cerrado el Tinder porque se sentía vacía. Tengo miles de tipos para salir, pero sabés qué pasa? Salimos, me llevan a lugares maravillosos, me pagan tragos, lo paso hermoso y al otro día me siento vacía. No quiero eso para mi vida, no quiero estar a un click de que pasen de mí.

La amiga (tal vez con ganas de salir con muchos señores también, aunque esto es solo una conjetura personal) le decía que aprovechara, que disfrutara de los buenos momentos, que hay minas que no salen con nadie. Vos tenés todo el tiempo un tipo copado al lado, valoralo.

Sí, pero son reemplazables, ya no sé por cuál de todos lloro.

Me pareció que se daban cuenta de que las estaba escuchando, entonces fingí más concentración en mis papeles, mientras me tomaba un trago de mi limonada con menta y jengibre.

Bueno, no te conté toda la verdad. Hay un último chico Tinder. Bah, en realidad, hay cinco de los que tengo los teléfonos, los puedo llamar y salir y coger pero no lo voy a hacer. Pero hay un último chico Tinder, aunque no sé si contarte.

Dale, contame.

Por favor que le cuente, por favor que le cuente, rogaba yo, ya más interesada que en un capítulo de Girls.

Empezó como uno más, hablando de lo mismo, esa sensación de cortar y pegar, a todos le decís lo mismo y todos te dicen lo mismo. Hasta que me plantea el uso que hace la gente de Tinder, como que las personas son todas intercambiables. En el momento me hice la boluda, le cambié de tema, pero después me quedé pensando. Fue como una intervención psicoanalítica lo que me dijo, me revolucionó por dentro. Entonces empecé a entrar a Tinder y vi que el pibe estaba todo el tiempo conectado. Supuse que eso que él criticaba era en realidad lo que él hacía. Seguimos hablando y me dice que le gusta mucho Sun Ra. Resulta que cuando yo tenía veinte años, hace un siglo ya, estaba en Uruguay y me crucé con una especie de adivino por la calle. El adivino me agarró de la mano y me tiró un par de cosas sobre mi personalidad imposibles de creer. Y luego, me dijo que tenía que buscar al hombre que escuchara Sun Ra. Yo, en ese momento, ni sabía qué era Sun Ra. Imaginate que en todo este tiempo nunca fui conociendo flacos averiguando si les gustaba Sun Ra. De hecho, hasta me había olvidado de eso. Me volví a acordar ahora, cuando el último chico Tinder me dice que Sun Ra es su punto G. Porque lo dijo así, dijo que Sun Ra es su punto G.

No te la puedo creer, que flash, le decía la amiga, que se podría haber jugado con algún comentario un poco más sofisticado.

Yo, desde mi mesa, estuve a punto a pararme y de decirles, perdonen, no pude evitar escuchar, quiero participar de esta conversación, pero me contuve.

Es que no fue solo lo de Sun Ra. Fueron las cosas que hablamos, lo desconcertante que me parece el pibe, me cuesta sacarle la ficha. Me descoloca.

¿Y qué vas a hacer?

Voy a tratar de confiar. Voy a decirle la verdad. Voy a eliminar todas las estrategias de conquista. Le voy a decir que me siento vulnerable y que quiero que me parta la cabeza.

Pará, le dijo su amiga.

Sí, pará, pensé yo.

Andá con calma. Es muy flashera la historia, pero fijate, date tiempo para conocerlo. Fijate qué va haciendo, cómo es.

Tengo mucho miedo.

No tengas miedo, andá conociéndolo con calma.

No puedo. Estoy quemada. Si es, que sea así, sin estrategia, sin especular. Y si se asusta o no quiere, que no sea.

Acordate que los hombres nunca saben lo que quieren, que son cagones, que hay que darles tiempo.

No quiero más pensar en el miedo de los hombres. Que sus miedos los solucionen ellos. Ya le conté la historia de Sun Ra y no la podía creer. Ya me expuse a decirle demasiadas cosas. En realidad, ya le dije que me sentía vulnerable, sabés cómo le dije?, le dije que me sentía una nena en camisón, imaginate yo decirle a un tipo una cosa así. También ya le dije que quería que me parta la cabeza.

¿Y él?

Y él responde que está de acuerdo con lo que le digo, que me olvide del miedo y me manda corazones.

La conversación siguió un rato más, pero se volvió repetitiva. Hay una tendencia en las charlas femeninas que es volver a decir una y otra vez lo mismo, como si al repetirlo las palabras se volvieran más precisas. Lo decimos de vuelta como si así quedara más claro o como si así fijáramos el sentido que nosotras queremos que tengan las cosas.

Es imposible, ahora mientras escribo, no caer en todos los prejuicios que nos impone la Realidad y la Razón: esa chica se está equivocando, esa chica quiere creer, el pibe debe ser un loco inestable adicto al tinder que por momentos busca salir de esa rueda y no puede y se pone a hacerle planteos a desconocidas. Si aumentamos la dosis de lugares comunes podemos pensar que se trataba de esos falsos místicos de Palermo que buscan un sentido en señales del más allá. ¿Alguien puede encontrar al hombre de su vida en Tinder? Suena poco probable.

Como saben todos los que me conocen, yo creo que el amor es algo que se construye día a día, con presencia, con conocer al otro. Desconfío de esos fulgores mágicos que “parten la cabeza”. Como decía Oscar Wilde, la diferencia entre un capricho y una pasión eterna es que el capricho suele durar algo más. Sin embargo, hubo algo de esta historia que me atrapó y me dio ganas de escribir y, no voy a mentirles, me dio ganas de que se haga realidad. Al igual que versaba el poster de Fox Mulder: “I Want to Believe”.

Lo que más lamento es que nunca voy a saber cómo terminó. Pensé en escribir un cuento, pero no lo hice porque no sabía qué final ponerle. Si hago que la muchacha tenga un encuentro feliz con su hombre Sun Ra, sería un cuento de hadas. Si hago que el hombre Sun Ra de repente le deje de hablar sin explicación y se transforme en uno más de los reemplazables, sería una historia muy triste. Tiene que haber otra resolución posible que en este momento no se me está ocurriendo. Prometo que lo voy a buscar y si encuentro un final alternativo a esos dos, escribo la historia.



3/25/2014

Un top five de períodos de rock nacional en mi vida

Hace unos días que se me dio fuerte por escuchar rock nacional. Sucedió, sin planearlo, ni hacerlo de manera consciente. Tengo poco saber enciclopédico sobre la música en general. Y, paradójicamente, de todas las artes, es probable que sea de la que más conozco. Pero no te puedo tirar el nombre del disco en donde está la canción o el año de grabación. Los empleados de Rob Gordon me echarían de su local sin ningún tipo de consideración. Mi relación con la música es completamente sentimental y biográfica. A pesar de que alguna vez planeé comprarme un Moog y formar una banda sesentosa, mi vocación musical quedó en el mundo de las fantasías animadas. Las canciones me remiten a un momento particular de mi vida. Cada una fue banda de sonido de momentos de mi existencia. El lugar que ocupa la música argentina en ese escenario es inclasificable. He pasado por tantos estilos que a veces es difícil de explicar, incluso para mí misma, por qué me gustaron todas esas cosas. Pero hoy hice un viaje en la máquina del tiempo. Y aquí está el top five de períodos de rock nacional en mi vida.

  1) Basta de Depeche, Erasure y música de boliche, lo mío es el rock and roll

Corría el año 1990 y la marca que más estaba de moda era J.L. Cook. Recuerdo un buzo blanco que tenía con la marca escrita en colores flúo. Un atentado al buen gusto y encima a un precio carísimo. Iba a la matiné y esperaba que el dj salvara mi vida. Hasta que llegó el verano. Y en la playa conocí el agite del oeste. Unos flacos de Morón que me hablaron de la lucha por el boleto estudiantil. Volví a casa y arranqué todas las etiquetas de mi ropa. Me colgué (y juro que esto es verdad) cinco colgantes de los cuales solo recuerdo tres: el martillo y la hoz, los Redondos de Ricota y v8. Los llevé durante más de un año y no me los sacaba ni para bañarme. Tengo que admitir una de las cosas más vergonzosas de mi vida: me ponía texanas por fuera de los pantalones. Escribí con Liqui Paper en la tapa de mi carpeta: “Por qué no te dejas de pensar en labios que besan frío para cerrar un ojo y ver cuántos cuernos tiene el diablo?” y me sentí la reina de la profundidad. Las chetas de mis compañeras de curso jamás podrían entenderme. Yo era realmente especial. En esa época también empecé a tomar cerveza. Y de ahí nunca paré.

  2) Dejá de bailar rock and roll, lo mío es rockero pero más de amor y paz

Dos años después, el camino se volvió más hippie. Mi amor indiscutido de la época fue Fito Páez. Yo creo que por su culpa empezaron a gustarme los hombres de nariz prominente. Todos los narigones que han pasado por mi vida, ya saben, pueden ir a darle las gracias a Fito. “Hoy paré con la botella, todos saben lo difícil que es zafarse de ella” cantaba en un teatrito de barrio y yo lo amaba. Estaba a punto de pegarla con El amor después del amor, pero todavía no había sucedido. Por él compré mi primer libro de Bukowski: La máquina de follar.
Mi otro amor de la época fue Luis Alberto Spinetta, solo que en su caso era algo etéreo, no tenía sueños eróticos con él. Se trataba de un maestro, de un padre espiritual, de un poeta que me ayudaba a entender la dimensión cósmica de la vida. Ya lo conté mil veces, hubo un momento que solo escuchaba Artaud.
También sonaba bastante: Sui Generis, Seru Giran, Vox Dei, Pappo’s Blues, incluso fui a ver a la Bersuit al Viejo Correo, cuando los conocían doscientas personas nada más. Me compraba todas las camisas de bambula que se podían conseguir en el Parque Centenario. Pero de repente se me colaban canciones de Los Violadores. No me pregunten cómo, pero sucedía. Algo conservaba de la etapa anterior: seguía escuchando Sumo y me acuerdo que escribí en la pared de la habitación de una amiga que me pidió que se la autografiara: “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya. Mel” porque algo importante tenía que cambiar en mi vida. Y así fue.

  3) Y Puán me volvió alternativa

En 1995 sucedió uno de los acontecimientos de mi vida: comencé la carrera de Letras en la UBA. Si fuiste a Puán en la segunda mitad de los noventa tuviste que haber escuchado a Spleen, Jaime sin tierra, San Martín Vampire y Suarez. La culpa de todo la tiene Juan Di Natale, Hernán Ferreirós y Sábado maldito, por supuesto. También hubo un año entero que escuché Willy Crook y los Funky Torinos. Me acuerdo que le había comprado el cd a Fichi en su disquería de Paseo del Sol.
Había un costado tanguero fuerte protagonizado por Pequeña Orquesta de Reincidentes y Melingo. “Del barrio me voy, del barrio me fui, triste melodía que oigo al partir, voy dejando atrás, todo el arrabal, en mi recuerdo.” Y la cruza de diferentes músicas con Axel Kryger y el tema de apertura de Okupas a la cabeza.
Babasónicos, Brujos, Kuryakis, leamos historias fantásticas de Marcelo Cohen, miremos películas de Tarantino y usemos zapatos con plataformas. Mi musculosa azul de ideogramas chinos o mi camisa vinílica roja me dieron grandes satisfacciones, no me puedo quejar.

  4) Si sabés tocar música, andá al conservatorio, pero no sos músico

Y con el cambio de siglo, hubo un nuevo giro en mi vida musical. Un antes y un después del recital de Sonic Youth del 21 de octubre del 2000. Llegó la monogamia y junto a eso el indie en su estado puro. Sugar Tampaxx, Mauro, el cuñado de Sol que tenía una banda cuyo nombre olvidé, Billordo, y todos los hijos no naturales de Kim Gordon y Thurston Moore. Muerte al vituosismo. Querer parecerse a Thom Yorke es lo menos, entérate, vos, cantante de Jaime sin Tierra. No somos ingleses, somos indies norteamericanos y el espíritu de Kurt nos guía.
Dentro de ese mundo de “si vende más de cien discos es comercial” lo más extralimitado que llegamos a hacer fue ir a ver a Miranda de la mano de Gori en algún local de San Telmo. Pero rápidamente su canción “Imán” los hizo estallar de popularidad y tuvieron que ser desterrados de nuestra vida.
“Ahora estoy arriba de mi casa con un rifle” cantaba El mató a un policía motorizado. Y si sabés armonía te disparamos, podría haber sido el corolario.

  5) Vejez y eclecticismo

Si hay algo que siempre definió al rock fue su rivalidad futbolera. La inventaron los Stone con una única finalidad: vender. No me acuerdo en qué documental escuché a Mick Jagger decir que luego de bañarse se ponía aceite en el pelo para fingir que estaba sucio y diferenciarse de los Beatles. Soda Stereo-Los Redondos fue el súper clásico de una época. Después suceden cosas como que Charly García rehabilitado vive en la casa de Palito Ortega o que el Indio Solari extraña Nueva York. De ahí para abajo nadie escapa de la enseñanza bíblica: el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

Todo esto para decir que vivo el momento más ecléctico de mi vida con el rock nacional: he superado la etapa del ghetto, lo que no quiere decir que me guste todo, ni escuche cualquier cosa. Quiere decir que… ¿estoy vieja?, ¿perdí la onda?, ¿todos me van a odiar?, ¿van a pensar que no entiendo nada de nada, que todo el recorrido fue en vano? Puedo superar cualquiera de esas acusaciones con una sonrisa.

De los cuatro períodos anteriores hay dos músicos que estuvieron siempre rondando en la playlist de mi vida: Melero y Calamaro. Victoria Mil es una banda importante en mí, sin lugar a dudas. La muerte de Spinetta me puso muy triste.

El otro día me acordaba que a los veintiún años le enseñé a un grupo de chicos de quince lo que era poesía con la canción “Me gusta ese tajo”. Yo tenía toda una teoría al respecto y los pendejos flashearon con que una profesora (que apenas tenía cinco o seis años más que ellos) les dijera que eso era poesía pura. Eran muy malhablados y como yo quería que dejaran de decir malas palabras, en lugar de prohibirlas, les dije que las transformaran en poesía. Solo podían utilizarlas si escribían unos versos como “con sus lindas piernas ella me hace pensar que debo destruir la mierda de mi gran ciudad”.  No sé cómo ningún padre vino a pedir mi cabeza. Suena un delirio, pero funcionó. Supongo que ahora debe ser mucho más común este tipo de prácticas.


2/14/2014

Dime lo que escribes en el FB en el día de San Valentín y te diré cómo tienes relaciones sexuales

Leer mi Inicio de FB esta mañana me llevó a hacer este científico inventario. Amor, amor, amor, son tres palabras muy diferentes.

Decís que el amor es maravilloso y que todos necesitamos amor, no importa que estés sola o con alguien: tenés razón, el amor, a veces, es un sentimiento maravilloso. De todas formas hay algo patológico en tu comportamiento: invariablemente confundís el sexo con el amor. Decís que no, pero es así. Es decir, no podés acostarte con alguien de quien no estés enamorada. No está mal, ojo, la sexualidad no es algo que pueda ser juzgado. Pero ¡cuidado! Acordate que no todos son como vos y que hay mucha gente que puede tener sexo sin amor. Y no pasa nada.

Ponés datos históricos sobre San Valentín: es divertido enterarse de por qué se festeja algo. Esa es tu manera de relacionarte con el mundo: racionalizar la pasión. Podés llegar a ser un buen amante, pero, a veces, intimidás al otro, porque se siente juzgado en cada cosa que hace. Puede que practiques con el Kamasutra, pero das tantas instrucciones, que cortás un poco el mambo.

Decís que los que festejan San Valentín son unos pelotudos y/o ponés imágenes sarcásticas: tenés razón, los que festejan San Valentín son un poco pelotudos. Pero, bueno, también es cierto que, si nos ponemos cínicos, el amor es medio pelotudo. Es probable que ahora estés solo. No la ponés hace mucho y cuando la ponés, tampoco la pasás muy bien. El onanismo te está nublando la visión. Tal vez, lo mejor es que te relajes un poquito y te entregues a, a veces, ser un poco pelotudo vos también. Dale que te gusta.

Escribís poemas cursis, frases que nunca dijo Borges y canciones grasungas: sos un caso perdido. No le echemos la culpa a San Valentín por eso.

Ponés algo en broma, pero no sarcástico: hace poco iniciaste una relación. O hace rato que estás, pero la magia continúa. La están pasando lindo, cogen bien. Disfrutá. Eso, disfrutá.

Ponés un chiste sobre la vida cotidiana en pareja: es probable que estés en pareja y que hoy los dos intenten con mucha garra y la mejor de las ondas festejar San Valentín. Puede que vayan a comer, se morfen todo y cuando lleguen a casa e intenten tener relaciones sexuales, tengan más ganas de dormir que de hacer semejante esfuerzo. Igual, se van a echar un polvo, pero seguramente pensando en otra cosa. No desesperen, es casi seguro que el fin de semana, cuando ninguno de los dos lo imagina, tengan la revancha que se merecen.

Contás que recibiste un hermoso mensaje de alguien del que no te lo esperabas: no te creemos mucho. Lo más probable es que el mensaje sea de un ex que no sabés cómo sacarte de encima o de algún tipo que le escribió el mismo mensaje a veinte minas intentando ponerla hoy a alguna desesperada. Lo escribís para darle celos a alguien que no va leerlo porque te borró de su muro. No vas a tener relaciones, te la vas a pasar llorando. Una pena, mejor andate con alguno que tenga ganas de divertirse un rato.

Escribís una reflexión compleja sobre política, sexo, amor, burlón pero solo para entendidos, con un dejo machista: sabés argumentar muy bien porque sos inteligente. Existe un gran posibilidad de que seas sadomasoquista y que el sueño de tu vida sea que una mujer te domine. Paradójicamente lo único que conseguís son chicas medio tontonas que se enamoran de vos y dejan que hagas con ellas lo que quieras. No te desanimes, pronto conseguirás a tu dominatrix ¡y sin tener pagar!

Escribís para una revista los 5 restaurantes para ir en San Valentín, las prendas que hay que usar, los regalos que hay que hacer: seguramente no vas a hacer ni ponerte nada de eso. De hecho, lo más probable es que te la pases junto a la computadora actualizando el Twitter. Si tenés relaciones, por favor, apagá el celular.

Escribís un texto catalogando a la gente según lo que escribe en su FB el día de San Valentín: es muy probable que seas la mejor amante del mundo y que tengas al lado al mejor hombre de la tierra.



11/18/2013

Las despedidas (y la última Orsai)



Las despedidas me enferman, me trauman, hacen que me agarren diferentes dolores físicos, me angustian. No sé despedirme. Soy de las que sufren incluso cuando se despide de gente que no le importa. Si estoy en situación de viaje, soy capaz de emocionarme con el taxista que me llevó al aeropuerto solo porque compartimos una hora de nuestras vidas y él se queda en un país y yo me voy a otro. Algo más patético aún: puedo quejarme todas las veces que tengo que entrar a dar una clase a un grupo de estudiantes que no me cae muy simpático, pero, el último día, lamento no volver a verlos. Imagínense, entonces, cuando quiero a las cosas de las que me despido.

En cuanto a mi comportamiento en las despedidas suelo oscilar entre dos vías extremas y absurdas: o bien lloro de forma desmedida y soy completamente efusiva hasta que la otra persona se asusta y me ofrece clonazepam o similar, o bien, tratando de disimular el estado anterior, me despido con un simple chau y quedo como un fría de mierda. No hay forma de que yo pueda hacer una despedida equilibrada y sensata.

Teniendo en cuenta esto, que yo hable de la última Orsai, puede llegar a ser peligroso. Orsai fue una revista importante en mi vida, formé parte de su staff durante el 2012 y 2013, pero, en especial, es una revista que quiero mucho. Como la mayoría de la gente involucrada (escritores, ilustradores, editores y lectores) está fundamentalmente asociada con los sentimientos.

Como recurso clásico del último capítulo de la temporada me vienen falshbacks a la cabeza. Cuando le dije a Hernán que tenía una crónica que se llamaba “Todo lo que aprendí sobre el amor mirando comedias románticas” y, en realidad, era mentira, solo tenía un par de buenas ideas. Y Hernán me contestó a los cinco minutos: me interesa, mandámela. Y yo le dije: dame un par de días que la corrijo y me encerré a escribir en las bibliotecas de Barcelona en un enero frío. Cuando me propuso seguir colaborando. Un mail re lindo que me mandó Chiri en donde me contaba que había leído mi blog antes de que yo les mandara la primera nota y que había flasheado con eso. Las primeras ilustraciones de Ale Lunik, que apenas las vi me morí de amor.  Los chistes en las cadenas de mails con Hernán, Chiri, Altuna, Ale y María. Incluso los engorrosos, pero tan necesarios, mails amables con Cristina para poder cobrar en mi condición de argentina viviendo en Barcelona. Los correos de gente desconocida preguntándome si era verdad la historia del Chico Cubata y contándome cosas de sus vidas. Hasta algún pibito mala onda que decía: eh, esta mina es pariente del gordo, que si no, acá no publicaba…

¿Ven? Ya se asoma el lagrimón y es ahí donde me freno y prefiero quedar como una amarga. Tal vez, aprender a despedirse es encontrar la armonía entre el desapego y el amor. Pero creo que ya empecé a desvariar, así que dejémoslo acá.

Ahora se viene Bonsai. Está demás decir que deseo lo mejor para este nuevo proyecto. Seguro que va a ir todo bien. Me acuerdo de la anécdota que cuenta Hernán sobre Tom Sawyer. Él sabe cómo hacerlo. Siempre estaremos ahí, para pintar la valla de blanco.

10/08/2013

Un cuento con moraleja sobre la clase de Tae Bo

No me gusta el deporte y nunca me gustó. Era la típica alumna a la que le iba bien en todas las materias, excepto en gimnasia. A los diecisiete años, cuando terminé el colegio, me enganché con el yoga y encontré una variante que me cerraba, precisamente, porque le descubrí un sentido filosófico al ejercicio físico.

Pero coincidió con que estaba en Puán y el marxismo  me enseñó—o, por lo menos, fue lo que yo entendí en ese momento— que esa filosofía medio religiosa que hablaba de chacras y reencarnaciones era opio para los pueblos. Con lo cual, luego de recibirme de instructora de yoga, nunca más lo practiqué.

Estuve varios años sin hacer nada hasta que reincidí con el pilates. Me gustaba, tenía una onda yogui, de movimientos lentos y precisos. Luego, volvieron unos años de no hacer nada. Y así el calendario avanza hasta hace dos meses atrás en donde empecé…Tae Bo. De los que me conocen, ¿cuántos imaginan que yo podría hacer una clase de Tae Bo?

Les voy a dar la imagen de lo que sucedió hoy a la tarde. Sonaba Shoot to thrill, la canción más pergolinesca de AC DC. Y el sonido de esa canción me súper motivó y empecé a dar piñas y patadas coreografeadas a su ritmo. Y era furia y felicidad que brotaban al mismo tiempo toda junta. Fue alucinante en colores.

¿Inimaginable, no? Yo, AC DC, patadas y disfrutar todo en una misma frase no parece real. ¿Debería preocuparme? ¿Algo extraño está pasando dentro de mí? Puede ser.

Lo único que sigue intacto es mi amor absoluto por Robert Downey Jr. (digo, me acordé por la canción). Lo amo por esa capacidad increíble que tiene de transformar su propia oscuridad en personajes cool y hacerse millonario con eso. Gracias, Robert, por la magia. Ah, y también lo amo porque, como dice una de mis frases preferidas del saber popular: “está más bueno que comer pollo con la mano”.

Pero ¡momento!, me olvidaba de la moraleja. Y es esta: a veces salirte de lo que pensás que sos, te causa mucha felicidad. Por ahí no te quedás ahí para siempre, no tiene por qué ser nada revelador, por ahí te sirve para divertirte un rato. Pero está bueno divertirse. Y después…bueno, después no sé lo que puede pasar.


9/09/2013

Soy una escritora fantasma y es hora de contárselos

Como todos saben me fui a Barcelona a hacer un máster en escritura creativa, pero lo que me une con esa ciudad es otra cosa: el amor. Pero ya lo decía Calamaro, no se puede vivir del amor, así que tenía que encontrar una manera de subsistencia. He hecho muchas cosas, pero, por ahora, voy a contarles solo una.

Desde hace varios meses soy escritora fantasma. En efecto, soy de esas personas a las que se les paga por escribir cosas que se publican con nombre de otro autor. Me encantaría contarles todo: de qué se trata el proyecto, qué pienso yo sobre lo que escribo, cómo son las pautas de trabajo. Pero, obviamente, no puedo hacerlo. Así que me limitaré a contarles una sola que me da vueltas en la cabeza desde anoche.

Pero antes necesito comentar otras cosas.

Se va a cumplir un año que terminé el máster. Fue una experiencia genial, con algunos profesores muy buenos y otros más desagradables, pero, sin duda, lo mejor de todo fue escribir una novela bajo la tutoría del increíble Juan Villoro. Juan es ¿cómo explicarlo? Me gustaría hacer una descripción que le hiciera justicia, pero voy a limitarme a usar palabras de este mundo. Juan es un escritor excelente, un profesor excelente, una persona excelente. Espero que sea humano.  Y, como podrán imaginar, fue un tutor…excelente.

En el 2012 también sucedió algo maravilloso: participé en varios números de la revista Orsai. Recibí mensajes de gente que no conocía hablándome de las notas. Fue muy divertido.

En el 2013 volví a Orsai. Y otra vez tuvo su repercusión.

 Cada vez que escribo un texto para mi blog tengo unos cien lectores lo cual no está mal.

En este último mes de agosto me publicaron dos textos muy lindos. El primero sobre la serie Dates en la revista Paco (pueden leerla aquí). Al lunes siguiente llegó Una lectura íntima de Madame Bovary en Literofilia (aquí).

Y ahora llega la infidencia que quería contarles y las estadísticas que golpean en mi cabeza.

Mis textos como escritora fantasma tienen entre 1500 y 2500 likes por día. Súmenle a eso toda la gente que los lee sin poner nada.

Los textos que escribo para mi blog con muuucha suerte alcanzan los 30 likes y la verdad es que me pone feliz, porque son espontáneos y tampoco pretenden revolucionar nada.

La novela que escribí, de la cual Juan Villoro escribió en el informe final cosas como:

"Ingeniosa, provocadora, desenfadada, la escritura de Stucchi avanza con frases epigramáticas para revelar los avatares de Morgana, guionista de televisión que pasa un tiempo en Barcelona y vive catastróficos romances.

Astuta comedia de equivocaciones, metaficción donde la realidad y su representación resultan ser lo mismo, Punto medio tiene asegurado un público como el que asiste a las películas de Woody Allen o disfruta de series como Seinfeld. Las referencias cinematográficas y televisivas se imponen como forma de valoración de un libro que es deudor de esos discursos."

la leyó (como mucho) diez personas. Es verdad que no me moví lo suficiente. También me pasa que no me divierte mucho la tarea de buscar editores. Pero ese es otro tema.

Lo que me desvela desde anoche son los números.

Soy un fantasma.


7/01/2013

Rupturas amorosas (O “lo que hiciste en mí no tiene perdón”)



—Es terrible. Y no se hace cargo. Y no quiere juntarse a hablar. Y lo peor es que sé que no hay otra. Estoy segura de eso. Solo que no tiene los huevos para venir y dejarme. Si por lo menos hubiera otra, lo entendería o me ayudaría a sacármelo de la cabeza—me dice mi amiga.

—¿Te parece? No es tan terrible. Los muchachos nunca se caracterizaron por ser muy valientes a la hora de hablar. Take it easy—le digo y me acuerdo de la canción de Charly que dice: "lo que hiciste en mí, no tiene perdón".

—Claro para vos es fácil. Vos me lo decís porque estás en pareja— se enoja peor de lo previsto.

Uoo, uoo, uoo, uoo. Tranquila. Yo lo digo por tres motivos:
  1. Para calmarla.
  2. Porque no creo que la pareja sea ninguna panacea que ponga en un estado de felicidad que impida entender un desengaño amoroso.
  3. Porque todos hemos pasado por una separación y nadie que yo conozca ha muerto en el intento.
Sin embargo, me empiezo a dar cuenta de la graaaaan cantidad de gente que conozco que se está separando en estos días. Mucha. ¿Será la edad? Puede ser. También están todos los casos que deberían separarse y no lo hacen, pero esos dejemos que vivan en su limbo de fantasía.

De escuchar tantos relatos de distintos casos de gente que se separa tuve como una especie de pensamiento. Escuché de todo y a gente muy diferente entre sí y sobre casos también distintos: hombres, mujeres, con hijos, sin hijos, infieles, fieles, de relaciones largas, de relaciones cortas, de relaciones apasionadas, de relaciones frías. De tot.

Hubo algo que confieso me dio escalofrío, aunque suene Heide. Hace unos días tuve en mis manos un acta de divorcio. Nunca había visto una.¡Qué fuerte que me resultó!

Lo primero que se me cruzó por la cabeza es que la parte demandante, muchas veces en su vida, le habrá dicho a la parte demandada: “te amo”. Sé que suena ingenuo lo que digo, pero ver el fin del amor en lenguaje legal me pareció escalofriante. El famoso unheimlich de Freud estaba en ese escrito.

Pero, bueno, estábamos acá por otra cosa. No se preocupen demasiado tampoco: también conozco mucha gente que se enamora y se quiere y se van a vivir juntos y esas cosas. Pero vamos a eso que dije que se me dio por pensar.

Les decía, escuché toda clase de discursos con distintos tonos, de distintas procedencias, en distintas circunstancias. Sin embargo hay algo que los unifica a todos. ¿Saben qué?

Absolutamente todos hubieran preferido que las cosas hubieran sido diferentes a lo que les tocó. Es decir, si fue por una infidelidad, se indignan. Pero si no hay terceros, desean que los hayan, “para poder cortar de una vez”. ¿Demasiada pasión?, qué suerte que tienen los que son más calmos. Pero si fue muy racional, es un/a frío/a de mierda que no tiene sentimientos. Si hay hijos de por medio, es que lo voy a tener que ver toda la vida, dicen con pesadez. Si no hay hijos, ¿es que acaso no nos vamos a ver nunca más en la vida después de todo lo que nos quisimos?

El fin del amor es algo triste y debe ser por eso que siempre decimos “ojalá que hubiera sido de otra manera”.

Después el tiempo pasa y la etapa del bolero se acaba y uno/a se termina haciendo amigo/a de la persona en cuestión, o, directamente, le chupa un huevo y le desea felicidad y que le vaya muy bien. La mente humana es algo muy extraño.