Las despedidas me enferman, me trauman, hacen que me agarren
diferentes dolores físicos, me angustian. No sé despedirme. Soy de las que
sufren incluso cuando se despide de gente que no le importa. Si estoy en
situación de viaje, soy capaz de emocionarme con el taxista que me llevó al
aeropuerto solo porque compartimos una hora de nuestras vidas y él se queda en
un país y yo me voy a otro. Algo más patético aún: puedo quejarme todas las
veces que tengo que entrar a dar una clase a un grupo de estudiantes que no me
cae muy simpático, pero, el último día, lamento no volver a verlos. Imagínense, entonces, cuando quiero a las cosas de las que me despido.
En cuanto a mi comportamiento en las despedidas suelo
oscilar entre dos vías extremas y absurdas: o bien lloro de forma desmedida y
soy completamente efusiva hasta que la otra persona se asusta y me ofrece
clonazepam o similar, o bien, tratando de disimular el estado anterior, me
despido con un simple chau y quedo como un fría de mierda. No hay forma de que
yo pueda hacer una despedida equilibrada y sensata.
Teniendo en cuenta esto, que yo hable de la última Orsai,
puede llegar a ser peligroso. Orsai fue una revista importante en mi vida,
formé parte de su staff durante el 2012 y 2013, pero, en especial, es una
revista que quiero mucho. Como la mayoría de la gente involucrada (escritores,
ilustradores, editores y lectores) está fundamentalmente asociada con los
sentimientos.
Como recurso clásico del último capítulo de la temporada me
vienen falshbacks a la cabeza. Cuando le dije a Hernán que tenía una crónica
que se llamaba “Todo lo que aprendí sobre el amor mirando comedias románticas”
y, en realidad, era mentira, solo tenía un par de buenas ideas. Y Hernán me
contestó a los cinco minutos: me interesa, mandámela. Y yo le dije: dame un par
de días que la corrijo y me encerré a escribir en las bibliotecas de Barcelona
en un enero frío. Cuando me propuso seguir colaborando. Un mail re lindo que me
mandó Chiri en donde me contaba que había leído mi blog antes de que yo les mandara
la primera nota y que había flasheado con eso. Las primeras ilustraciones de
Ale Lunik, que apenas las vi me morí de amor. Los chistes en las cadenas de mails con Hernán, Chiri, Altuna, Ale y María. Incluso los engorrosos, pero tan
necesarios, mails amables con Cristina para poder cobrar en mi condición de
argentina viviendo en Barcelona. Los correos de gente desconocida preguntándome
si era verdad la historia del Chico Cubata y contándome cosas de sus vidas.
Hasta algún pibito mala onda que decía: eh, esta mina es pariente del gordo,
que si no, acá no publicaba…
¿Ven? Ya se asoma el lagrimón y es ahí donde me freno y
prefiero quedar como una amarga. Tal vez, aprender a despedirse es encontrar la
armonía entre el desapego y el amor. Pero creo que ya empecé a desvariar, así
que dejémoslo acá.
Ahora se viene Bonsai. Está demás decir que deseo lo mejor
para este nuevo proyecto. Seguro que va a ir todo bien. Me acuerdo de la
anécdota que cuenta Hernán sobre Tom Sawyer. Él sabe cómo hacerlo. Siempre
estaremos ahí, para pintar la valla de blanco.