10/16/2011

Relaciones textuales

El otro día un profesor comentaba que hace años, cuando Vargas Llosa y García Marquez estaban de visita en la ciudad, existía la leyenda que mientras el primero se iba a dormir temprano para levantarse a escribir, el segundo se iba de fiesta todas las noches hasta las siete de la mañana. Esto me hizo acordar a un reportaje (que vi hace mucho) a Onetti en donde él se comparaba también con Vargas Llosa en su relación con la escritura. Decía que para él la escritura era una amante, para el otro, una esposa.

La gente empieza a psicoanalizarse por distintos motivos. Desde cosas horrorosas como una muerte, una enfermedad terminal o una violación hasta cuestiones más simples (pero no por eso menos dolorosas) como una relación conflictiva con una pareja o los padres o los hijos o un problema laboral. En mi caso, yo empecé a psicoanalizarme para entender mi relación con la escritura.

Llegué el primer día al consultorio al lado del Parque Centenario, me senté en el sillón que estaba cubierto con una especie de pañuelo hindú (todos los psicoanalistas cubren sus sillones supongo que para evitar el desgaste del tapizado) y él se sentó frente a mí. Y ahí comencé a contarle, al que iba a ser mi psicoanalista por muchos años, que yo quería escribir, que era lo que más deseaba en el mundo, pero que no podía, que no me salía. Que estaba obsesionada con la idea de Barthes de que el placer que provoca escribir un texto luego se traslada al placer del que lo lee, por lo que yo intuía que las sensaciones que tenía una persona en el momento de escribir luego se sentían en el texto. Y que cada vez que yo me disponía a escribir sentía una mezcla de repulsión, aburrimiento, discapacidad y melancolía. Y que cuando lograba vencer todo eso y escribía, cada palabra me parecía que estaba mal y que estaba perdiendo el tiempo. Pero no porque hubiera tenido que estar haciendo cosas productivas como plantar semillas o luchar a favor de los derechos humanos, sino porque tendría que haber escrito un texto que estuviera bien en lugar de ese. Y sintiendo placer, además. Había probado el método que se recomienda en estos casos: escribir una hora por día en horario fijo. Un consejo que se da también para la constipación: coma mucha verdura y siéntese en el inodoro todos los días a la misma hora por más que no tenga ganas de evacuar los intestinos. Y, si bien para el estreñimiento funciona, no me resultaba para la escritura.

Es decir, el deber ser del esposo no me funcionaba. Y el puro placer del amante no me sucedía. ¿Qué se hacía en estos casos?

Muchos años hablamos con mi analista de este tema. También es cierto que fue importante en mi vida en cosas más reales y concretas como la muerte de mi mamá o la separación después de estar nueve años en pareja, ambos sucesos con menos de seis meses de diferencia. Tampoco es que mi vida sea un devenir de preguntas y angustias literarias, no se crean. Me acuerdo que lo llamé al celular llorando y me dijo: yo estoy. Qué frase mágica para ese momento. Sí, es verdad que también fue una buena estrategia para dejarme tranquila y que no lo jodiera el fin de semana. Pero no le quita fuerza, al contrario, confirma el poder de las palabras.

Mi papá decía tres cosas: "si uno quiere ser pintor, pinta", "copiame en lo bueno, no en lo malo", "cuando me muera ya vas a decir: papá, tenía razón". El otro día hablaba con D. y me encontré diciéndole: porque si uno quiere ser pintor, pinta. El horror, el horror... Y encima me estaba copiando de lo malo. Cuando me quejo por algo y le digo a mi analista: ¡pero es difícil!, él me responde: ¿y qué quiere?, ¿que sea fácil?

Si uno quiere ser escritor, escribe, aunque no necesariamente eso es algo fácil, cómodo o dado.

Ah! perdón me desvié demasiado. Igual, si alguien está esperando una conclusión con respecto a la escritura como amante o como esposo, le tengo malas noticias. No tengo idea cómo funciona en mi caso. Algo que se me ocurre ahora es que es muy masculino esto de disociar las cosas: la madre o la puta. Yo prefiero la combinación en todos los órdenes de la vida: que mi marido sea un poco mi amante o que mi amante sea un poco mi marido. Sí, ya sé, eso es imposible. Lo siento, no es mi culpa. Si quieren una solución posible, les paso el teléfono de mi analista.

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