8/21/2011

Una observación sobre el sexo en el siglo XXI

No soy Carrie Bradshaw, en principio, porque no sé caminar con tacos llevándome al mundo por delante, y porque prefiero grandes cantidades de cerveza a los glamorosos Cosmopolitans, entre otros detalles. Sin embargo, quería hacer una observación sobre el sexo en la ciudad.

¿Se acuerdan que existió una época en que los hombres eran caracterizados como los seres que les mentían a las mujeres solo porque querían tener relaciones sexuales con ellas? Bueno, eso no existe más.

Ahora lo que tiende a pasar es lo siguiente: las mujeres insisten para tener sexo. Por mensaje de texto, por facebook, por mail, piden, casi al borde de la desesperación, que se las garchen. Así, explícitamente, en versiones cachondas y directas. Y los muchachos, que no vamos a negar que se sienten halagados al respecto, (y se sonríen cuando lo cuentan entre agrandados y desconcertados), prefieren jugar a la play con los amigos, tomarse una chocolatada, fumarse un porro, deprimirse solos en casa o practicar algún deporte. Y, finalmente, se deciden a estar excitados justo cuando la que les mandó el mensaje consiguió a otro para pasar esa noche.

Yo no juzgo a nadie (y, según pasan los años, cada vez menos). Por supuesto, celebro la liberación femenina y la defiendo a morir. ¡A las mujeres les gusta tener sexo, vaya novedad! Me niego a ser conservadora. Pero, para ser sincera, a veces me preocupa un toque, porque, como todos sabemos, la sexualidad responde al juego de la oferta y la demanda. Les aseguro que a mí me encantaría que la sexualidad fuera socialista y estuviera repartida y garantizada para todos por partes iguales. Pero, no, una vez más, la injusticia de la naturaleza humana hace que la sexualidad no esté equitativamente distribuida, lo que hace todo una verdadera complicación.

En fin, que parece que los hombres quieren mentir, pero ya no saben con qué propósito hacerlo. Y las chicas están muy guerreras, pero, en realidad, parece que, al final, se angustian porque quieren demostrar algo, pero después no se lo bancan, y terminan preguntándose (cual doncellas engañadas en el siglo XIX) para qué me pidió el celular si después no me llamó, cuando yo estaba dispuesta a entregarle todos los agujeros de mi cuerpo y se lo dije. No sé, es demasiado complejo, un bajón. No me voy a poner a analizarlo ahora, y mucho menos con el sueño que tengo.

La sexualidad humana es complicadísima. Es así, imposible de simplificar.

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