12/01/2010

Alex de la Iglesia, el ascopena y los payasos

Hoy fui a almorzar a lo de una amiga que cocinó para mí (qué bueno que en el mundo exista gente buena todavía) Viajé horas en el 60 , en el asiento de atrás, que era un infierno. Llegué, tomé grandes dosis de agua y empezamos a hablar: que el departamento, la escalera, las fotos, las berenjenas, el freezer, la cerveza negra, la carpa, la fuerza, la mochila, el alumno, los eventos de fin de año, el teatro, Spregelburd, las butacas, el mail, la posición, el libro perdido, Marruecos, las botas (vieron cómo son las asociaciones en la conversación) la fiesta de Niceto, las millas, el calor, el frío, Alex de la Iglesia. Acá me detengo: era donde quería llegar. Le comenté que tenía ganas de ver la nueva película de Alex de la Iglesia: "Balada triste de trompeta", que había visto el trailer. Hablamos de los payasos que aparecen en las películas de él y yo me acordé del libro: "Payasos en la lavadora" . Hace años (cuando estaba enfermísima con Alex de la Iglesia) me bajé los primeros capítulos que estaban disponibles en Internet. En Argentina era inconseguible. Lo único que recordaba de lo que había leído era del sentimiento de ascopena. Seguimos hablando. Comentamos otro montón de cosas. Me fui. Me tomé el 60 que volvió a ser un infierno, bajé, crucé el Parque las Heras. Iba pensando en Alex de la Iglesia, me acordé del Parque del Retiro de Madrid, de El día de la bestia, de cómo me quedé colgadísima mirando durante mucho tiempo la estatua del Angel Caído, de como mientras la miraba pensaba que qué buena que estaba la idea de que el diablo es un ángel caído (copados los que escribieron la Biblia), de que también había pensado mientras la miraba en Darth Vader y la idea del lado oscuro de la fuerza, de como Anakin se había dejado tentar y se había transformado en Darth Vader. Bueno, a todo esto ya había cruzado el Parque Las Heras, ya había llegado a casa. Busqué en Internet el ascopena, copié del capítulo dos de "Payasos en lavadora" esto que pongo aquí abajo, apagué la computadora y me fui a trabajar.

Ascopena es asco, repugnancia mezclada con pena, compasión, con la
tristeza de saber que eso que tienes delante existe y que tú no puedes
hacer nada para remediarlo, o no te apetece hacer nada por remediarlo.
Algunos sienten miedo y asco. Yo siento asco y pena.
[...]
Pero ascopena es otra cosa. Es mucho más sutil, un sentimiento más
pegajoso y terrible. El odio es ganas de exterminar, de arrasar, de aniquilar
algo que no debería existir. El sujeto se separa del objeto odiado de una
manera radical. Pero al sentir ascopena nos vemos implicados con el objeto,
como si nuestro sentimiento, al alcanzar lo otro – lo absolutamente otro -,
chocase con él nos salpicase, manchándonos de horror.
Investiga, lector, en lo más oscuro de tu interior. Analiza tu alma, esa muda
limpia que te dio tu madre y que tú, de tanto usarla, has llenado de
lamparones. Piensa en lo que te da miedo, en lo que te quita el sueño.
Nunca se trata de algo ajeno; normalmente te acobarda lo que, fuera de ti
mismo, te pertenece. No hay nada peor que verse desde fuera, descubrirse
en los demás, ver tu mierda proyectada en otros. El enemigo real es ese
tipo que se parece a ti, que peca de tus mismos errores, distorsionados por
la distancia, aumentados grotescamente como en un espejo de feria. Por
eso le odias, porque en lo más hondo de tu ropa interior la mancha crece de
igual manera. ¿Cómo se atreve a exhibir descaradamente eso que tú
ocultas avergonzado desde hace años?


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