12/10/2010

Sacando fotos con la mirada

Mis amigos y familiares me preguntan por qué no saqué fotos (bueno, saqué algunas, pero muy poquitas). En general doy dos respuestas:
1) porque estaba viviendo en lugar de sacando fotos
2) no sé
Hasta hoy me parecían dos respuestas acertadas. Odiaba la gente que a mi alrededor estaba sacando fotos todo el tiempo. Yo estaba, por ejemplo, en la catedral de Notre Dame y en un momento se me caían las lágrimas de la emoción y una china me pidió, con gestos, si no podía moverme de ese lugar porque se quería sacar una foto y la miré con odio y tuve ganas de decirle: por qué no lo vivís, loca, en lugar de sacarle una foto. Pero, por suerte, no sé chino y además, tal vez, era su forma de vivirlo. Lo mismo con La Gioconda (que en vivo y en directo no es gran cosa, pero, vamos, es La Gioconda!) Y yo pensaba: se pasaron la puta vida viendo fotos de este cuadro y ahora que lo tienen delante de sus ojos, en lugar de mirarlo, ¡le sacan una foto! En fin...
Pero hoy a la tarde estaba escribiendo algo y quería acordarme del menú de un restaurante chino al que fui en Barcelona. La cosa fue así: el sábado antes de irme para París almorcé con dos catalanes que eran dos personajes maravillosos. Uno estudiaba filosofía. Con el otro ya habíamos estado discutiendo, el día anterior, sobre poesía argentina, Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo, la Antología de Poesía Surrealista de Aldo Pellegrini, esa de la tapa roja con la foto de la boca. (Dicho sea de paso, un libro que yo me compré, ¡cuándo tenía dieciséis años!) Todo muy divertido. Me preguntaron qué quería comer, les dije algo típico de la comida de España. Y me llevaron a un chino. Ya lo dije: dos personajes. Pero la cosa más interesante era la carta de ese chino.
El que me conoce sabe que mis gustos alimenticios son semejentes a los de una niña de cinco años. Así que en ese menú, en condiciones normales, yo no tenía nada para pedir. Terminaron eligiendo ellos.
Me acuerdo algo de sopa de sangre de cerdo (que por suerte no pidieron), alguna parte de un tiburón, testículos de algún animal, y cosas por el estilo. También me acuerdo que cuando llegaron los platos a la mesa, me sonreí por dentro, pensado en esa que soy yo.
Estos dos señores se divertían y me instaban a la aventura culinaria: vamos, tienes que probar esto! Alguna parte de algún ave era, seguro, otro creo tenía un ojo de algún ser vivo que ahora estaba muerto. No sé... comí, me reí y hablé de literatura, filosofía, del estado actual de España y de cómo me gustaba Barcelona.
Hoy maldije no haberle sacado una foto a esa carta de comidas del restaurante chino. Puedo ponerme romántica y decir que le saqué fotos con la mirada. (Por cierto, una mirada con mala memoria).
Pero me cago en el romanticismo porque, para ser sincera, me olvidé de todos los platos tan exóticos que había en ese lugar. La próxima, le saco foto a todo, como la china de Notre Dame. Lo prometo.

2 comentarios:

  1. Yo creo, como en casi todo, en el equilibrio. Entiendo 100% la sensación de que sacar fotos y vivir una situación pueden ser excluyentes, por eso recomiendo hacer dos veces las cosas cuando uno viaja. Sí, ya se, uno no tiene tanto tiempo ni viaja tanto, pero si tenemos en cuenta que las fotos son re importantes, porque en definitiva le dan sustento a un montón de recuerdos que de a poco se van convirtiendo en el viaje en sí, bueno, hay que hacer las dos cosas.
    Igual, todo lo que quede en el tintero es una excusa mas para volver.

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